El boom de la productividad en España tiene una explicación estadística: las dos caras del nuevo mercado laboral.
La productividad real por empleo crece al mismo tiempo que aumenta la ocupación.
La economía se ha convertido en uno de los puntos flacos de España en los últimos años. Un crecimiento per cápita real estancado, una deuda pública creciente o el enquistamiento de la desigualdad son prueba de ello. Sin embargo, también hay algunas luces entre todas estas sombras, al menos en las estadísticas. El mercado laboral ha resistido bien a las turbulencias de los últimos años. No solo la tasa de paro, que es el indicador más mediático, también hay otro que está sorprendiendo por su comportamiento en este ciclo de crecimiento: la productividad real por empleado crece con intensidad y se ha sincronizado con el PIB, lo que a primera vista es una muy buena noticia (aumenta la productividad a la vez que se crea empleo), aunque con algunos matices que deslucen, y mucho, este milagro.
La cara bonita
Frente a lo que venía ocurriendo durante décadas, la productividad por empleado en España está creciendo con intensidad desde 2021 a esta parte. Este aumento de la productividad explicaría por qué la economía de España está creciendo con tanta fuerza sin la necesidad de generar una creación tan masiva de empleo como ha ocurrido en otros ciclos de recuperación. A primera vista, este nuevo comportamiento de la economía española parece positivo. Durante la recesión del covid no se destruyó empleo como en otras ocasiones y durante la recuperación la productividad se ha mantenido al alza a la vez que se creaba empleo. Para comprender mejor este novedoso comportamiento del mercado laboral parece necesario explicar lo que ha ocurrido tradicionalmente en España durante los diferentes ciclos económicos.
Por primera vez en la historia moderna de España, la economía (el PIB) ha caído con mayor violencia que el empleo, mientras que en la recuperación posterior, la actividad también ha crecido con más fuerza. Esto es algo habitual en países con mercados laborales más dinámicos que ajustan sus estructuras vía precios (salarios) u otras modalidades flexibles, pero no era habitual en España. Durante la crisis del covid, el desempleo aumentó en menos de tres puntos, frente a los casi 20 puntos de la recesión 2008-2013.
Como se puede ver en el gráfico, fue precisamente en ese periodo recesivo en el que la productividad creció con mayor intensidad. En esos años se destruyeron más de tres millones de puestos de trabajo. El empleo cayó con más intensidad que la propia economía (a su vez esta caída del empleo puede agudizar aún más la propia recesión a través de varios canales), lo desembocó de forma directa en un incremento de la productividad: un número muy inferior de ocupados estaba produciendo una cifra levemente inferior de producto (PIB). En esta ocasión ha sido al revés. Pese a la intensidad de la recesión del covid, sin el amortiguador del mercado laboral el golpe podría haber sido aún mayor y más duradero.
«Por primera vez en nuestra historia económica moderna, el mercado laboral está jugando un papel contra-cíclico: las empresas mantuvieron los puestos de trabajo en la pandemia, y solo incrementan la plantilla moderadamente en 2022. De ahí el perfil de la productividad (PIB por ocupado en equivalente a tiempo completo), con una reducción del 4,8% en 2020 y un incremento del 1,4% en 2022. A la inversa, la productividad se incrementó durante la crisis financiera (media anual del 2% en 2011-2013) y se estancó durante la fase expansiva (media anual cercana a 0 en 2014-2019)», comenta Raymond Torres, director de Coyuntura Económica de Funcas, en declaraciones a elEconomista.
Otro indicador clave es el de productividad real por persona empleada (utilizado por Eurostat). Este indicador revela que la productividad está creciendo en 2022 a una tasa (alrededor de un 3% anual en los tres últimos trimestres) que supera con creces la media de las últimas décadas. Pero lo que es más importante, la productividad está creciendo a la vez que se crea empleo. El año 2022 ha destacado por un crecimiento intenso del PIB (alrededor del 5,3%) sin que se haya producido un aumento tan intenso de la ocupación. Es más, la economía nunca había crecido tanto creando ‘solo’ 470.000 empleos en un año.
«Este cambio de comportamiento se debe a los ERTE, y tal vez también a una toma de conciencia por parte de las empresas acerca de la realidad demográfica. Cada vez hay menos jóvenes que entran en el mercado laboral, en relación a los trabajadores que se jubilan, lo que obliga a un cambio en la gestión de las plantillas», sostiene el director de Coyuntura Económica de Funcas.
La otra cara del ‘milagro’
Por desgracia, no es oro todo lo que reluce: las horas totales trabajadas no crecen tanto como el número de ocupados, lo que evidencia que se está produciendo una ‘reparto’ del trabajo. Además, aún es pronto para señalar con certeza los factores exactos que están provocando esta tendencia, parece que por fin el mercado laboral español está jugando un papel contra-ciclico en la economía española.
Pese al contrapeso que supone ahora el mercado laboral respecto a los ciclos de la economía, también hay que reconocer que parte de este ‘milagro’ de la productividad se sostiene también en el efecto base (la caída de 2020 facilita el incremento de 2021 y 2022) y una cantidad de horas trabajadas efectivas que se mantienen estables pese a que hay casi un millón más de ocupados ahora que en 2019. Aunque el desempleo se ha mantenido estable y la ocupación ha superado los niveles previos al covid, las horas totales de trabajo efectivo en la economía española no han crecido de la misma forma.
Javier Santacruz, economista, profesor e investigador, explica esta parte menos ‘atractiva’ de la transformación del mercado laboral. En declaraciones a elEconomista, este experto explica que «es evidente que algo se está moviendo de fondo en la economía española en términos de productividad, y que poco a poco el ‘saldo’ (el crecimiento de productividad en algunos sectores frente a la caída en otros) va siendo positivo. Sin embargo, medir la productividad en términos de empleo (y no hacerlo en su medición más amplia que es la productividad total de los factores) no refleja la realidad, ya que cuenta con un factor distorsionante: las horas trabajadas. Ahí está el «secreto» de por qué hay tanta divergencia entre las cifras de empleo y las del PIB. Conforme se trocean las jornadas laborales, se reparten más contratos y se formalizan más, el empleo «parece» más productivo, pero en realidad esconde una pérdida muy notable de horas de trabajo (solapamientos, ineficiencias, economía informal, falta de retribución de las horas extra reales.)».
Además, los expertos de BBVA Research, Juan Ramón García, Camilo Ulloa y Alfonso Arellano, también inciden en esta cuestión y especifican en declaraciones a elEconomista las cifras de productividad por ocupado no tienen en cuenta el número de horas trabajadas. Es decir, cada ocupado entra en el denominador del cálculo de la productividad con la misma ponderación con independencia de las horas que trabaje.
Por tanto, dados los cambios que han tenido lugar desde 2020 -que han impulsado los mecanismos de flexibilidad interna de las empresas (como los ERTE)- y la incidencia creciente del empleo a tiempo parcial, es preferible analizar la evolución de la productividad por hora. Estos expertos sostienen que al realizar el estudio de la productividad por hora trabajada, se puede observar un comportamiento más volátil y un crecimiento menos intenso.
El misterio de los fijos discontinios
Otra cuestión compleja de analizar es el impacto de los fijos discontinuos en la propia productividad. Aunque por el momento parece que su influencia es prácticamente nula. «Es uno de los eslabones de lo que está pasando con la trayectoria de las horas trabajadas. Un fijo discontinuo todavía no sabemos cómo realmente se registra el tiempo que trabaja (todo son contratos a tiempo parcial, por mucho que sea «fijo») ni cómo computa en términos de medición de las horas y del desempleo. Obviamente esta clasificación ya existía antes en los registros del desempleo, pero ahora su importancia es enorme y eso complica mucho su cálculo y las distorsiones que está provocando en la configuración del modelo laboral», asegura Santacruz.
Raymond Torres ve puntos positivos: «No creo que la reforma laboral como tal, y en participar el creciente papel de los fijos discontinuos, explique el comportamiento cíclico de la productividad. Pero sí puede contribuir a incrementar la eficiencia productiva a largo plazo. La elevada temporalidad ha resultado ser un desincentivo para la inversión en capital humano y la acumulación de competencias por parte de los trabajadores. Por tanto, su reducción y el incremento paralelo del peso de las modalidades contractuales más estables podría ayudar a elevar la productividad tendencial de la economía española», asegura este economista.
Los economistas de BBVA Research coinciden en estos puntos a aclaran que «no hay información de productividad por tipo de contrato. En todo caso, a corto plazo, es improbable que un cambio en el tipo de contrato afecte a la productividad. A medio y largo plazo, el aumento de la estabilidad en el empleo que hemos constatado desde 2022 sí debería impulsar la productividad debido, entre otros motivos, a la mayor formación y experiencia asociada a un puesto de trabajo permanente».
De modo que el aparente boom de la productividad es el reflejo de los cambios que se han producido en el mercado laboral desde 2020, sobre todo con los mecanismos que tenían como fin retener el empleo durante el tiempo que durase la recesión económica para permitir una reincorporación directa posteriormente y reducir los costes (para trabajadores y empresas) de tener que volver a encontrar esos perfiles cuando la economía volviese a crecer. El mercado laboral ha mejorado su resiliencia y ahora se ha convertido en un amortiguador de los ciclos económicos o, al menos, no es un amplificador de los mismos como en el pasado. Por otro, lado también generan cierta distorsión y volatilidad en las cifras de productividad.
Vicente Nieves/eleconomista.es